domingo, 23 de mayo de 2010

Te vas.

Veo como te marchas, sin girar la vista atrás. Cada paso que das alejándote de mi se me clava en el pecho y lo retuerce entre sus garras. Yo me giro mientras camino, esperando que en uno de estos te gires tú también y nuestras miradas se crucen, que me sonrías, te sonría y nazca algo entre los dos, como en las películas. Un pacto secreto entre tus labios y los míos. Pero no suecede, la esquina te roba de mi vista y la bajo al suelo, contando baldosas. Escucho el silencio de mis zapatos contra la acera, los zapatos que sólo me he puesto porque sé que te encantan, los zapatos en los que no te has fijado.
7 minutos más tarde la puerta se cierra tras de mi, 58 segundos después se abren las del ascensor y me encuentro con una chica con mechas rubias, desenfunda una media sonrisa y me defiendo con otra idéntica a la suya. Le doy la espalda al espejo y marco mi número.

Sin levantar la vista subo los seis pisos y entro en casa. Enciendo el ordenador y espero a ver si te conectas. No estás. Bajo la pantalla y abro el armario, tengo que decidir con qué ropa me verás mañana.

Tal vez esa camiseta que te gusta porque deja un hombro descubierto, quizá esos pantalones que elegiste tú por mi.

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