domingo, 23 de mayo de 2010

Sonrío.

Hoy me he levantado y no he pensado en ti. Me extraña satisfactoriamente, aunque temo que tal vez tenga que pagar más tarde por ese descuido de mi mente. Me enfundo en mi vestido favorito, me peino, me pongo los pendientes y voy para clase. 10 horas después vuelvo a abrir la puerta y saludo con una sonrisa a ese amigo de mi hermano que mira mi vestido desde detrás del ordenador. Vuelvo a sonreír y me voy para mi cuarto. Paso la tarde enfrascada en el libro que me compré ayer, mientras la pantalla bajada suplica débilmente que la levante y vuelva a contactar con el mundo, pero estoy perdida entre elfos y duendes y apenas siento un frágil susurro tras el mechón de pelo que se ha escapado de detrás de mi oreja.

Adivina qué.

Y te quiero. Lo sé porque no me asusta decirlo en alto, lo sé porque no se me quiebra la voz, lo sé porque cuando te veo se ilumina el mundo, lo sé porque no quiero que me abracen si no lo haces tú.
Lo sé porque te busco por las calles, porque conozco incluso tu respiración, lo sé porque me encanta tu horrible forma de vestir, lo sé porque escucho pacientemente tus canciones favoritas, aunque incluso una jaula de grillos podría sonar mejor.

Lo se porque quemaría mi armario entero cuando dices que algo de mi ropa no te gusta, porque intento ahorrar para comprar esos zapatos que te gustan a ti, lo sé porque estudio para impresionarte, lo sé porque mi mano siempre busca tu cuerpo cuando andas cerca.

Lo sé porque aunque no eres el chico más guapo del mundo, eres el único con el que soy feliz, lo sé porque quiero ser la chica más guapa sólo para ti.

Lo sé porque envidio a muerte a esa chica que te merece más que yo.

Lo sé porque no pasa una noche sin que piense en ti.

Lo sé porque mi mundo no es más perfecto que tu sonrisa.

Lo sé porque sigo esperando a que un día te apetezca llamarme, por más que ese día nunca llegue.

Lo sé porque soy incapaz de negarte nada.

Lo sé porque cuando estás no puedo dejar de sonreír.

Lo sé, simplemente, porque todas mis pequeñas mariposas provocan terremotos cada vez que notan tu olor.

Te vas.

Veo como te marchas, sin girar la vista atrás. Cada paso que das alejándote de mi se me clava en el pecho y lo retuerce entre sus garras. Yo me giro mientras camino, esperando que en uno de estos te gires tú también y nuestras miradas se crucen, que me sonrías, te sonría y nazca algo entre los dos, como en las películas. Un pacto secreto entre tus labios y los míos. Pero no suecede, la esquina te roba de mi vista y la bajo al suelo, contando baldosas. Escucho el silencio de mis zapatos contra la acera, los zapatos que sólo me he puesto porque sé que te encantan, los zapatos en los que no te has fijado.
7 minutos más tarde la puerta se cierra tras de mi, 58 segundos después se abren las del ascensor y me encuentro con una chica con mechas rubias, desenfunda una media sonrisa y me defiendo con otra idéntica a la suya. Le doy la espalda al espejo y marco mi número.

Sin levantar la vista subo los seis pisos y entro en casa. Enciendo el ordenador y espero a ver si te conectas. No estás. Bajo la pantalla y abro el armario, tengo que decidir con qué ropa me verás mañana.

Tal vez esa camiseta que te gusta porque deja un hombro descubierto, quizá esos pantalones que elegiste tú por mi.